jueves, 21 de junio de 2012

PATRONA DE LOS MÚSICOS


Von Kleist y la tragedia de la incomprensión querida
Santa Cecilia ha ejercido una poderosa atracción en gran variedad de artistas. Antes de leer la obrita del romántico alemán, otra perla en el collar de la colección Alpha Mini, hay que tener en un pedestal la tarea pasoliniana de sacralizar al pueblo a través de la música clásica. En una de las últimas escenas de Accatone los protagonistas pasan por delante de la Iglesia romana dedicada a la santa. Uno de ellos, gordo y desdentado, orina en un baño público y se santigua blasfemando. El meadero adquiere condición de confesionario al lado del depósito religioso de la música. Esta visión contemporánea erosiona cánones para ensalzar el verdadero valor de lo popular. En el texto de Kleist se produce una paradoja. Triunfa el cristianismo, pero quizá el autor, y lo pienso por su origen, exalte la esencia del protestantismo, matiz cristiano donde la imagen desaparece y los instrumentos cargan con el pesado fardo de la espiritualidad. Son el modo perfecto para entrar en contacto con lo divino. La desnudez de los muros se llena de sonido y genera epifanías. Esa loa de la religión ajena al Papa parece ser el motor simbólico que llena las páginas de un texto versátil, capaz de oscilar entre el hielo de quien se limita a describir y el calor del artista entregado a describir, como perfecta conclusión, los motivos de una rendición tras la orgía aniquiladora.

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