martes, 6 de noviembre de 2012

HAY MUCHAS COSAS...

Hay muchas cosas que pueden afectar a nuestro estado de ánimo, muchas situaciones que pueden hacernos pasar de estar bien, de encontrarnos perfectamente, a experimentar una sensación de ahogo y una opresión en el pecho y en las sienes que roza la ansiedad: un encuentro no deseado, una noticia que no esperábamos, una cagada de paloma en pleno pantalón… Pero si hay algo que de verdad juega con nuestro aliento, que puede hacernos perder los nervios, es la cobertura del móvil… Porque de la cobertura del móvil dependen muchas cosas, y si estamos incomunicados podemos llegar a sentir que no somos nadie, que estamos abandonados a nuestra suerte, que estamos aislados de la sociedad… y nos ponemos nerviosos, y damos vueltas sobre nosotros mismos con el brazo levantado cual Estatua de la Libertad, con la esperanza de que esos centímetros que acercamos el móvil al satélite que está a miles de kilómetros, obren el milagro de devolvernos las rayitas de cobertura… de que aparezca el ansiado rótulo de 3G… de que volvamos a formar parte del mundo global… Y si eso no funciona empezamos a desplazarnos con el móvil frente a nosotros y el brazo estirado… mirando la pantalla… yendo de un lado a otro, deambulando en busca de una señal… Pero peor aún es cuando tenemos cobertura y la comunicación se entrecorta y no logramos entendernos… “quiyo, que no me entero de lo que me dices… yo tengo cobertura, eres tú… muévete… no sé si me oyes o no, pero yo no te entiendo ná… nada, que no… quiyo, te mando un guasá”… Y entonces entramos en guasá y nos aparece el mensaje de “Conectando…”, y hace el amago de conectar pero vuelve a aparecer… y es ahí cuando llega el sudor frío… y es ahí cuando no queremos creernos que eso nos pueda estar pasando a nosotros… “por favor, el guasá no… lo que quieras menos el guasá”…. Y empezamos a maldecir, y empezamos a acordarnos de los familiares fallecidos del señor Vodafón y de la madre del fabricante del repetidor de señal… y entramos en shock y por un momento nos vemos como huérfanos tecnológicos, abandonados a nuestra suerte por las ondas hertzianas… Y tras varios intentos nos decimos a nosotros mismos que vamos a tranquilizarnos… y guardamos el móvil… y no lleva ni medio minuto guardado cuando volvemos a cogerlo para ver si ya conecta… e intentamos enviar un mensaje a ver si así le damos penita al dios de las telecomunicaciones y se apiada de nosotros premiándonos con el milagro de devolvernos la funcionalidad de nuestro esmarfón… Y con milagro de por medio o no, antes o después, al final siempre acaba volviendo a nosotros el halo de vida de la interconexión, aunque sea en forma de wifi gratuita pero remolona, aunque a duras penas nos permita intercambiar unos mensajes con esa persona… pero ya es algo… ya es un soplo de aire fresco que entra en nuestros pulmones… y poco a poco va desapareciendo la sensación de ahogo… y la presión en las sienes… y nos sentimos liberados porque volvemos a estar enganchados en la red… y nos sentimos libres porque volvemos a estar localizados…

                                         De Historias de La Alameda.

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