Con Santiago se va un trozo de la historia viva de nuestro país; 97 años a sus espaldas comportándose en cada momento como “Hombre de Estado”, lo que le dio la importancia política que tuvo Lo demuestra la bandera rojigualda que acompaña su féretro. Fue un “Hombre de Estado” durante la República asediada, un hombre de Estado – de un Estado robado y en el exilio – durante buena parte del franquismo, convirtiéndose en la cabeza visible de un Partido que encauzó y capitalizó los anhelos de libertad y democracia en España. Fue un “Hombre de Estado” durante la transición convirtiéndose en el orgullo también de centros, derechas moderadas y Borbones, por haber renunciado al socialismo, a la República y hasta a la bandera, en favor de una nueva situación en la que años después se demostró que nada había cambiado y que el Caudillo lo había dejado todo “atado y bien atado”. Y murió como un hombre de Estado, con un aplauso unánime en el Congreso de los Diputados al conocer la noticia de su muerte.
Santiago Carrillo fue el Secretario General de un gran Partido Comunista, pero no el Gran Secretario General del Partido Comunista, al que por ejemplo Pablo Iglesias en el diario Público haya calificado como “el último Secretario General”, o el “Secretario general que condenó irremediablemente a la mediocridad a todos los secretarios generales que llegaron después”, Julio Anguita incluido.
Carrillo fue un buen antifascista, lo demostró con su actividad política durante la guerra, durante los años de dictadura y durante la “Transición”, incluyendo el día del Golpe de Estado de Tejero del 23-F en el que tuvo la dignidad y la valentía de no esconderse debajo del escaño a pesar de los disparos de la Guardia Civil. Lo demuestra también el odio visceral de la ultraderecha y de los militares franquistas hacia su figura. Eso, hay que reconocérselo.
Sin embargo, su coherencia como “hombre de Estado” inevitablemente tenía que entrar en contradicción con los principios comunistas del Partido del que fue Secretario General durante 20 años, y éstas acabarían por estallar cuando en aras de una transición pacífica y controlada se renunciase a dichos principios y además se hiciera a espalda de los militantes, tal y como Carrillo reconociese en la mencionada entrevista.
El estallido de las contradicciones fue doloroso para el Partido Comunista de España, que vivió episodios oscuros, de purgas, expulsiones, escisiones e intentos por destruir a la organización. Los comunistas que vivieron esa época recordarán el día en que acudieron a sus sedes y los “carrillistas” habían cambiado las cerraduras y se quedaron con buena parte del patrimonio del Partido.
Si hubiera que definir el “carrillismo” podríamos decir de él que es la actuación “casi unipersonal” a espaldas de la organización, saltándose cualquier democracia interna y la opinión de los militantes, en favor del Estado. La pregunta es, ¿con Carrillo ha muerto el “carrillismo”? No lo creo.
Carrillo fue coherente como “hombre de Estado” pero no como comunista, y tampoco como leal camarada en un Partido de iguales, al menos en la teoría.
Se va un coherente “hombre de Estado”, un buen antifascista, pero un mal camarada.
Descanse en paz.
Javier Parra
Santiago Carrillo
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