Esta tarde he estado en la Cartuja, por la zona del Alamillo y la Escuela de Ingenieros, y al pasar al lado de un coche he visto que dentro estaba una pareja dándose el lote, besándose como si fuera su último día juntos, como si les fuera la vida en ello... No sé si me habrán visto sonreír al verlos, supongo que no porque estaban a lo suyo, pero esa escena me ha traído recuerdos de tiempos lejanos (aunque bueno, tampoco tanto)... de esos ańos en los que uno tenía ganas y oportunidad, pero no sitio... de esos años de experimentar y descubrir, de investigar y sentir... de darte cuenta de que lo que nos gusta a nosotros también les gusta a ellas... y de lo satisfactorio y divertido que puede llegar a ser tantear todas las oportunidades que te brinda el cuerpo humano para dar y recibir placer... Y es que cualquier sitio era bueno cuando no se tenía casa propia... lo mejor era cuando tus padres o los suyos se iban de fin de semana... o incluso bastaba...
con que pasaran el día fuera... el caso era que dejaran la casa familiar despejada... Ya cuando uno tenía edad de tener coche, la cosa cambiaba... y el picadero ambulante daba mucho juego, aunque también te ponía a veces en situaciones comprometidas e incluso algo cómicas... la policía que aparece, alguien que se acerca a asomarse al cristal, dos coches que montan al lado un botellón con el chunda-chunda a toda pastilla... Y cuando no había coche ni casa libre, por falta de imaginación tampoco era y cualquier sitio podía llegar a valer en un momento dado... un callejón oscuro y poco transitado, un banco del parque, el aseo de una discoteca, una azotea solitaria y hasta un probador de El Corte Inglés... Cualquier sitio era bueno para el intercambio de besos y caricias, de roces y susurros, para que las manos se deslizaran bajo la ropa, para buscar y hasta encontrar esos resortes que dejaban al otro con los ojos en blanco, para dejarse llevar y olvidarse del sitio en el que se estaba y hasta del día en el que se vivía... Yo creo, que por mucho que uno tenga casa y vida estable, por mucho que uno esté hecho a las comodidades que brindan un colchón, un sofá y hasta una placa de inducción, no está de más volver de vez en cuando al coche, o al callejón oscuro, o al banco del parque... aunque sí es verdad que a lo mejor la flexibilidad ya no es la misma y que uno se ha vuelto algo pudoroso con el paso del tiempo... pero por intentarlo no debería quedar... igual hasta se acaba descubriendo algo que en su momento se pasó por alto...
De Historias de la Alameda
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